A mordiscos se entienden los gatos [Priv. Armo]

Caminando categóricamente recto por los pasillos de piedra del castillo, volvía de haber estado hablando con el príncipe. No tenía por qué enviar a Vanitas para ver cómo iban las misiones que le eran encargadas. Él no rendía cuentas a nadie inferior al príncipe. Y al príncipe se las rendía sólo por propia voluntad. Pagó su deuda hace años.

Estaba deseando salir de allí para poder irse a la pequeña y acogedora casita que compartía con Leo, y de cuya existencia sólo estaban enterados ellos dos. Sin embargo, antes le apetecía ver a Armonhy, la ramera del príncipe. Nunca estaba presente cuando ellos dos hablaban, porque así lo deseaba el gato peliplateado. Tocó a la puerta de su habitación, suavemente, para no sobresaltarla.

- Armonhy~-. Murmuró suavemente, dejandole saber por la voz, grave y ronroneante, quién era.

Me encuentro en mis aposentos, sentada en el gran alfeizer de la ventana observando como la estrellas del firmamento iluminan la clara noche junto con la Luna, es un paisaje hermoso decorado con las sombras del lugar... 

Dejo soltar un suspiro mientras me aparto del bello paisaje caminando hacia el centro de la habitación acercandome así a la gran cama que se imponía en el lugar, dejando caer entre sus suaves y mullidos pliegues, hoy no  hay nada que hacer, que decir o que ver... Nada. Suelto otro de mis suspiros justo cuando unos nudillos golpean gracilmente la puerta. No me levanto. No me muevo. No me apetece ver a nadie. Hoy estoy mejor sola.

Pero la voz que proviene del otro lado de la puerta me sorprende, un ronroneo grave e inconfundible, no puede ser otra persona que él. El gato con el pelaje más plateado que se podría encontrar.

Me levanto pesadamente de la cama mientras me acicalo rápidamente mis orejas de neko, tengo que estar mínimamente presentable, no todos los días puedo estar ante él.

Abro la puerta suavemente mientras me apoyo en el marco de esta intentando poner una posición algo provocadora.

-¿Que te trae por aquí, Cielo?-le dedico una sonrisa pícara junto a un ronroneo al chico gato mientras cruzo los brazos por debajo del pecho.-Te advierto que hoy no estoy de servicio...

Media peligrosa sonrisa tiñó los labios del gato plateado, cuando notó los leves, ligerísimos pasos de Armo, acercarse a la puerta. Esperó con paciencia, tranquilamente recostado contra la pared de piedra con su antebrazo. No tenía duda alguna de que le iban a abrir.

La pose de sus delicadas caderas no hacen más que invitarle a su cuerpo, pero por suerte o por desgracia, en esa vida sólo le iban los hombres ~. Con lo que, sonrió casi con cierto cariño, mientras la oía ronronear.

- Así que es cierto que eres la ramera-. Murmuró suavemente. Sin embargo, no tenía la más mínima intención de continuar fuera la charla. En su estilo, no tomando permiso alguno, se adentró un paso, la tomó por la cintura, la pegó a sí mientras dieron una vuelta sobre ellos mismos para cerrar la puerta con una pequeña patada-. No sé cómo tomármelo.

Le mordió suavemente una de las orejas, esta vez claramente con cariño, antes de soltarla con delicadeza con la mano y el brazo extendidos, en una burlona pose principesca, media sonrisa pícara, y una reverencia claramente jocosa.

No se deja inmutar siquiera con mis intentos de seducicción ya que seguramente ya se habrá percatado de que es en una especie de broma personal entre nosotros, la confianza desde siempre ha sido alta y su sonrisa no hace más que confirmarlo, no ha cambiado nada, sigue siendo el mismo gato travieso de siempre.

Y mientras dejo sonar una dulce risa de entre mis labios, él por el contrario entra en la habitación sin permiso, no importa es Rai, ¿Como iba a importarme?

-Tomatelo como...-hice una pequeña y teatral pausa pero antes de poder responder noto el pequeño y juguetón mordisco en mi gatuna orejita, siempre fue cariñoso, verdaderamente le echo de menos.-Tomatelo... Como que tuve un buen maestro cuando lo hice por primera vez.

La sonrisa que hasta ahora no se atrevía a salir aparece delicadamente en mi rostro para luego que mi cuerpo se lanzara hacia el peliplateado gato.

-Te echaba de menos, ya casi nunca te veo, ya no se nada de ti-le reprochaba mientras le abrazaba con fuerza

Maestro. Una breve carcajada, suave, casi inaudíble, salió de la garganta del peliplateado. Maestro. Si bien era cierto que era una de las cosas que se le daba de miedo, le resultaba curioso y extrañamente adorable que se le recordase de manera tan... Positiva, como era ser considerado un maestro. No dudaba entonces en decir que ella también había sido una buena alumna.

- La vida de un pirata nunca es aburrida, querida. He tenido bastantes cosas que hacer, tu principito es un megalómano-. Hablaba con tantísima libertad del príncipe porque era uno de los pocos que podía hacerlo, y gustaba de ello. Acarició su labio inferior con el índice, examinando esa sonrisa de cerca, para justo después encerrarla entre sus brazos.

No demandaba nada más, correspondió a su abrazo. Y con naturalidad, deslizó una de sus manos al lindo, respingón y pequeño trasero de ella. Sin dificultades y sin admitir queja alguna, la alzó a sus caderas, sosteniéndola allí. Con gatuna elegancia, caminó hacia el alféizar, acomodándose en él. Notando el aroma de la minina, sonrió algo siniestramente. Ella había estado sentada ahí hacía no mucho.

- Pero no he sido el único ocupado, ¿verdad?-. La media sonrisa se amplió a un lado, peligrosamente-. Cuéntame de tu vida, querida, o me temo que habré de torturarte para que hables.